martes, 17 de julio de 2007

Índice

Sospecho
Sospecho
2 de Noviembre
Un Muerto
El fantasma de la Taberna
Paseos de Noviembre
Dos del Onceavo
Carta a Silverio
La Segunda Noche de Noviembre
Celebración Postrera

Anticonceptivos de ayer
La entrada
Un Bache Abismal
Indulto
Conjugaciones irregulares
Una Historia de Aluxes
Del Cabello y Otras Cosas
El Cepillo Mágico
Anticonceptivos de Ayer
Alejandra
La Herencia
Al Borde del Final
Introspección

Cómplices de un sueño
La Mancha
Cómplices de un Sueño
Una Voz
La Ciudad de las Máquinas
Calle de la Rosticería
Maremoto
Otra Mujer Alada
En Concierto
De mi Boda con mi Tía Adriana
Delirio de Luna Llena
El Testigo

Juegos Fatuos
Sexto sentido
Route de Saint Georges
Desnudo
Intangiblemente Silvia
Bajo la Luna que nos Visita
En Mis Palabras
El Cuento Imposible
Juegos Fatuos

Sospecho

Mi vida sin ti aparenta continuar como si nada. Tu cuerpo no está y nunca estuvo. Mas dicen que las apariencias engañan. El futuro que te incluía se ha ido. De mi mente no he logrado exiliarte, pero ahora, ya no albergo los mil posibles gestos tuyos sino el pasado: las, cada día menos, fotografías que de ti tengo memorizadas. Y si trato de imaginar tu cara se vuelve un polvo negro y se diluye en la oscuridad. Ya no habrá palabras frescas. No existirá más la intermitente constancia de tu llamada. Se fue la certeza de tu existencia lejana. Pero sospecho eres tú ese viento que irreverente ronda desde tu sepelio mi falda. La insondable caricia que roza mi espalda. Sospecho que eres tú ese etéreo deseo al que ya no puedo reclamar nada.

2 de Noviembre: El panteón de Kantunilkin

La maleza ha comenzado a devorar los sepulcros. Quienes reposan en campo santo saben que una vez que la hierba cubra las piedras, las raíces comenzarán a alimentarse de sus entrañas. Por eso los muertos gritan en las noches desesperados.
José siente hasta su cama los lamentos de Rosalba. A media noche se levanta ansioso. Con el machete en alto entra decidido al panteón y comienza su lucha contra la plaga. No hay esfuerzo que valga. Las constantes lluvias alimentan el deseo que la maleza tiene de acabar con la muerte y acallar los suspiros de las almas en pena. Aun así, José no se da por vencido. Entre el lodo busca con el machete las raíces que crecen aceleradas y corta a toda velocidad los tentáculos que tratan de apoderarse de Rosalba. Los aullidos comienzan a disminuir y de vez en cuando se escucha el grito de un cadáver desgarrado. Penetrado hasta los huesos. Luego, hay un largo silencio que rompe un machete tajando y el fuerte latir del pánico en el pecho de José.
La lluvia ha parado. Es la mañana del día de muertos. La gente cargada de ofrendas se aproxima buscando las tumbas de sus seres queridos. Pero no hay nada. Tan sólo un jardín húmedo cundido de hierba salvaje y en el centro, una sola lápida con una faca desgastada y el cadáver de José tirado sobre una inscripción que dice: Aquí descansa en paz Rosalba.

Un Muerto

Un muerto perfora la muerte. Se hace presente en el caminar de un desconocido o en la voz de quien canta su canción. Un muerto aparece como nunca en sus ausencias de vivo: como un rayo incrustado en el cielo, enviando mensajes que no entendemos.
Su fantasma es gracioso, como debió serlo de niño. Y su alma finalmente desnuda, se confunde con la fragilidad del pájaro; con la nobleza de un perro.
Cuando alguien tiene la mirada perdida, y el corazón le da un vuelco, es que en un descuido del tiempo por una rendija vio escaparse un muerto.

El fantasma de la taberna

En la calle de Todas Almas una vieja gorda, de grandes mejillas sonrojadas, ojos vivos y pestañas traviesas, tambalea su alegre cuerpo tarareando canciones antiguas. Es la cocinera de la taberna, con su mandil sucio y las canas recogidas formando un ocho en su nuca. Para vivir sola se ve muy contenta, dicen las malas lenguas. Y los chismosos comentan que una voz romántica visita sus noches. Ella mueve la cabeza de un lado al otro para negarlo y decir que la gente imagina cosas, pero siempre una traidora sonrisa la delata.
Dos cuartos del primer piso, vecinos al que habita ella, se rentan a un devaluado precio. Siempre están vacíos. No hay quien quiera dormir sobre las tumbas del antiguo panteón, sustituido por la taberna. Mucho menos convivir con los espectros que salen de los muros.
La vieja guardó muchos años bajo llave su tórrido secreto. Un fantasma de asentaderas frías, dormía todas las noches a su lado. Esperando que las regordetas manos de la hirviente cocinera cambiaran con sus caricias, la particular temperatura de esa parte de su etéreo cuerpo.

Paseos de noviembre

Sigo siendo yo, el alma misma que en pandilla recorría calles tocando puertas, cantando y pidiendo dulces. La que escribió calaveras por el gusto de una tradición que nacía espontánea, libre. Soy quien disfrutaba un olor a chocolate, el muc bic pollo y el pan de muerto en la mesa; aquella que vio alguna vez, una ciudad lejana poblarse de calabazas; también la, que repartió caramelos a unas voces infantiles enmascaradas.

Es mía la figura triste y negra que arrastra los pies por el cementerio, con los ojos llenos de lágrimas. Contempla un sepulcro poblado de flores de cempasúchil y enciende velas a sus muertos.

Aun soy yo, quien desprovista de toda materia deambula al comenzar noviembre por los mismos sitios, que se han vuelto irreconocibles. Que llora cuando ve una cara familiar desamparada vistiendo un altar sobre mis restos. Añorando momentos nuestros, antiguos, ahí, en el supuesto lugar de mi descanso.

Soy aquella que comienza a asimilar la ausencia de lo terreno, disfrutando su intangibilidad, burlándose de aquellos que no la ven. Muevo las cosas de su sitio. Morbosa traspaso paredes. Observo intimidades de otros, cierro puertas y escucho gritos. Con silenciosa alegría, me río a carcajadas. No de ellos sino de mí misma, que no teniendo ya años, me comporto como un chiquillo.

Ahora pertenezco a una etapa magnánima. La aceptación de lo inmaterial. Lo intemporal. La Generación de las tumbas olvidadas. Esas que nadie visita. Convertidas más tarde en sepulcros mondos, para hacer sitio a nuevas hornadas de difuntos. Almas que no deambulan el Día de Muertos, porque los seres queridos, ya están fundidos aquí, con nosotros.

Dos del onceavo

Su llanto la coloreó de pena, así como la luna sobre la flor de cempasúchil, pintaba el cementerio de naranja. Mi tiempo ahí terminaba. De no ser porque la vi, me habría regresado a dormir. Pero quise quedarme. Observarla. Supe que era una bruja por todas las ramas que llevaba, veladoras y demás artículos cuyo nombre desconozco, pero he visto donde leen las cartas. Tiró arena sobre la tumba. Encima unos caracoles. Algo leyó y lloraba. Las velas encendidas hicieron más calabaza la noche. Su llanto comenzó a molestarme. También el lugar tan solitario. Algunos gatos la acompañaban o tal vez se quejaban. Sentí que el ruido de sus lamentos levantaría a los muertos. Unas manos salieron de aquella lápida. Me froté los ojos incrédula. Tomaron sus delgados tobillos y la sumergieron dentro, borrando de mi vista su presencia. Ensordeciendo los lamentos, le quitaron la amarga vida.

En el panteón, sobre una tumba, una bruja trabajaba.
Sus habilidades: El amor y el llanto.
Trataba con ellos de revivir a su amado.