martes, 17 de julio de 2007

Dos del onceavo

Su llanto la coloreó de pena, así como la luna sobre la flor de cempasúchil, pintaba el cementerio de naranja. Mi tiempo ahí terminaba. De no ser porque la vi, me habría regresado a dormir. Pero quise quedarme. Observarla. Supe que era una bruja por todas las ramas que llevaba, veladoras y demás artículos cuyo nombre desconozco, pero he visto donde leen las cartas. Tiró arena sobre la tumba. Encima unos caracoles. Algo leyó y lloraba. Las velas encendidas hicieron más calabaza la noche. Su llanto comenzó a molestarme. También el lugar tan solitario. Algunos gatos la acompañaban o tal vez se quejaban. Sentí que el ruido de sus lamentos levantaría a los muertos. Unas manos salieron de aquella lápida. Me froté los ojos incrédula. Tomaron sus delgados tobillos y la sumergieron dentro, borrando de mi vista su presencia. Ensordeciendo los lamentos, le quitaron la amarga vida.

En el panteón, sobre una tumba, una bruja trabajaba.
Sus habilidades: El amor y el llanto.
Trataba con ellos de revivir a su amado.

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