martes, 17 de julio de 2007

La segunda noche de noviembre

Descanso en la noche infinita. La que anega para siempre al día. Cuando la madrugada parece remota o perdida para siempre en un laberinto negro que anula su llegada, no se escuchan ya los ruidos que hace cuando se acerca. Es la noche de la paz eterna. La noche deslunada. Sin más que la mente encadenada a los recuerdos. Sin la esperanza de un rayo que ilumine o aclare las tinieblas. El miedo, también se ha ido, dejando en su lugar una soledad ansiada.
Sin embargo, las segundas noches de noviembre un llanto me despierta. Por instinto, abro los ojos. Aunque veo la nada, me atrae la necedad de sentir los lamentos de mis vivos. Oigo sus pasos cada vez más cerca, sus palabras. Alcanzo incluso a oler el perfume de las flores y me invade la tristeza. Lleno mi estancia de lágrimas: aguas afligidas en que lavo la congoja de mi propia muerte.

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