En la calle de Todas Almas una vieja gorda, de grandes mejillas sonrojadas, ojos vivos y pestañas traviesas, tambalea su alegre cuerpo tarareando canciones antiguas. Es la cocinera de la taberna, con su mandil sucio y las canas recogidas formando un ocho en su nuca. Para vivir sola se ve muy contenta, dicen las malas lenguas. Y los chismosos comentan que una voz romántica visita sus noches. Ella mueve la cabeza de un lado al otro para negarlo y decir que la gente imagina cosas, pero siempre una traidora sonrisa la delata.
Dos cuartos del primer piso, vecinos al que habita ella, se rentan a un devaluado precio. Siempre están vacíos. No hay quien quiera dormir sobre las tumbas del antiguo panteón, sustituido por la taberna. Mucho menos convivir con los espectros que salen de los muros.
La vieja guardó muchos años bajo llave su tórrido secreto. Un fantasma de asentaderas frías, dormía todas las noches a su lado. Esperando que las regordetas manos de la hirviente cocinera cambiaran con sus caricias, la particular temperatura de esa parte de su etéreo cuerpo.
martes, 17 de julio de 2007
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