martes, 17 de julio de 2007

El Cuento Imposible

de Mariel Turrent y Carlos Düring


"Los ojos rojos desde el árbol me observan, esquivando las cortinas que el aire hace volar. Mis deseos ocultos se asoman cuando deslizo las manos por cada botón liberándolos de los ojales y rozando mis senos. Yo tampoco le quito la vista. Esta costumbre cotidiana la transformo inconscientemente en un rito que cura a gotas mi soledad.
Alrededor no hay más que restos de un pasado que adopto aunque no es mío: el terciopelo, la telaraña, los vidrios opacos de la ventana y una flor marchita. Como yo. Quizá yo un poco más, pues a pesar de llevar la piel aún fresca nadie percibe en ella el aroma que de la flor yo respiro.
Cuando escucho voces, busco la voz con los ojos, sin mover mucho la cabeza. Finalmente regreso al gato. Él me sigue viendo en la eterna penumbra de mis días."

Suspiró, le dio el último mordisco a la manzana y releyó el texto. Había tachado y retachado, ensayando varias versiones corrigiendo la sintaxis, el ritmo y el color de cada frase. Por fin, consideró que lo escrito había alcanzado un grado de intimidad y un vuelo lo suficientemente poético como para constituirse en el principio de la aventura.
Juntó los papeles que estaban por el piso, el plato con los restos de dos peras y una manzana, comenzó a ordenar el cuarto y decidió que a primera hora del día siguiente se lo enviaría tal como estaba. Súbitamente un fino silbido en el oído izquierdo funcionó como una advertencia y por vez primera se preguntó qué significaba para ella lo escrito, y se quedó inmóvil pensando en la interpretación que él podría hacer de esas líneas cuando llegaran a sus manos.
Se sentó lentamente en el centro de la cama y decidió leer el texto como si no lo conociera. "...deslizo las manos... rozando mis senos..." Seguramente él pensaría que con esta frase desnudaba la intimidad del personaje en el primer trazo. Tal vez era demasiado sugerente, demasiado sensual para el comienzo y con ello eliminaba la duda y la posibilidad de encubrir lo erótico, un recurso que podría resultar más interesante.
.- Debería pensarlo, se dijo apretando los labios.
"...un rito que cura a gotas mi soledad..." Semejante confesión a él podría parecerle el llamado a un encuentro de tipo personal y con ello podría dar lugar a una situación embarazosa. Además lo había escrito en primera persona. Los hombres son demasiado elementales, pensó mordiéndose el labio inferior.
Se puso de pie, observándose detenidamente en el espejo y recorrió con sus manos finas la curva de sus caderas.
Es demasiado comprometedora, dijo sin querer en voz alta.

Se arrojó en la cama y regresó a la lectura. "...a pesar de llevar la piel aún fresca nadie percibe en ella el aroma que de la flor yo respiro." Era la confirmación de que estaba sola, alerta y esperando... ¿Lo tomaría como una insinuación personal? Si lo hiciera sería un idiota. La frase estaba bien escrita, perfectamente contextualizada y era remoto que él se animara hacer alguna interpretación.
Tomó una uva de la fuente que estaba sobre la alfombra, giró sobre si misma y la saboreó con placer unos instantes... "... busco la voz con los ojos, sin mover mucho la cabeza." Esa era la frase más peligrosa. Era la clave de la identidad del personaje. Era posible que él hubiera percibido ese gesto en ella, la noche que se miraron con disimulo en el teatro. Si era así, el juego quedaría al descubierto. De todas formas, pensó, si ese gesto le daba la clave, sería tonto hacer alguna alusión, al menos que fuera un pedante. ¿Y si lo era? Sería una pena pero con ello acabaría el juego y la deliciosa posibilidad de escribir juntos una historia.
La aventura era esa: Desde la incertidumbre, sin conocerse, sin explicaciones ni pactos, desafiando todas las reglas, se habían propuesto escribir una historia. Algo seguramente más complicado que un matrimonio pero menos comprometedor. Ella debía enviarle el principio de la historia y él la continuaría. La propuesta sería el principio o el final de la historia, no importaba. Lo que importaba era apostar sin límites al milagro, al milagro literario.
¿Él lo habría entendido así o lo arruinaría llevando todo al plano de la maldita realidad? En ese instante tuvo conciencia que la más insignificante interpretación que él hiciera sobre el texto, para ella significaría la imposibilidad del encuentro, del vuelo, de la historia y del milagro. Tal vez debía desistir de la idea y no enviarle nada. Entonces él, se convertiría en una telaraña más, en un recuerdo adoptado antes de llegar a conocerlo.
.- Es el riesgo del milagro, de la aventura, se dijo.
Apoyó sus pies descalzos en el almohadón de terciopelo, puso entre sus labios otra uva y decidió que sí, le enviaría a primera hora lo que había escrito. Mientras la uva se deshacía dulcemente en su lengua, miró la flor marchita en un rincón de la biblioteca. Desde el estómago la sacudió un temblor frío y la invadió una vez más la hiel de la duda.
¿Valdría la pena el riesgo de una decepción y sus consecuencias por un cuento que en el mejor de los casos sólo podría ser genial? ¿La soledad era inmanente al oficio escogido o sólo era un mito? La aterraba la posibilidad de un nuevo desencuentro.

El aire agitó las cortinas. Con la mirada serena, casi sin mover la cabeza, siguió el vuelo repentino de la hoja de papel que como un pájaro se escurrió entre los vidrios opacos de la ventana para perderse en el claroscuro de la ciudad.
Fijó la vista en el viejo manzano e inconscientemente se dispuso cumplir con el cotidiano ritual.
Él continuó al acecho, con los ojos rojos, ocultando la esperanza de verla algún día partir de la penumbra de un pasado que no le pertenecía.

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