Apareció una grieta en el pavimento mal reparado del Boulevard, después otra y otra y otra. Llegó la temporada de lluvias y lo fue aflojando. Los coches incansablemente pasaron y pasaron y pasaron. Los bordes de las grietas se desgastaron cada vez más y se fueron formando pequeños baches. El peso de los camiones y los autos los golpeaban sin pausa y fueron creciendo. Tratabas de esquivarlos, no siempre con suerte. De vez en cuando, caías y un chipote aparecía en el neumático o los rines se doblaban. Una mujer distraída te aboyó la carrocería por tu insistencia de esquivarlos. El Boulevard empezaba a adquirir un aspecto selénico y llegaste a pensar que resultaba imposible reparar aquellos agujeros, pues succionaban todo tragando los fondos municipales, la maquinaria pesada, los obreros y cuanto se acercara a la orilla.
Finalmente te alcanzó el día trece, del mes trece del año trece y te levantaste precisamente a las trece y trece con el pié erróneo.
Te llamó tu ex-mujer quién ofensiva e indirectamente te hizo recordar que no has llamado a tu madre, y te espetó, sin razón alguna, que no podrás ver a tu hijo este fin de semana ni el que sigue, ni el que sigue, ni el que sigue. Te llega un citatorio: la mujer que golpeó tu coche, levantó una demanda en tu contra. La casera irrumpe y te exige la renta. Tendrás que atravesar la ciudad, acudir al citatorio, hablar con tu abogado para que puedas ver al niño y hacer la cola de pago a proveedores en 5 hoteles con la esperanza de que salga algún cheque y te libre de otra pesadilla con la casera.
Te aventuras a entrar al Boulevard, ya intransitable, doblas los rines, ponchas las llantas y finalmente caes en un bache abismal, como un heroico astronauta al que succiona el vació.
martes, 17 de julio de 2007
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