Oculto
en mis palabras
hallaras algo
que tal vez no te dije
y no te volveré a decir
El rectangular y austero salón de clases, está decorado por sombras que lo pintan de varias geometrías. Tres paisajes de palacios arbolados son los ventanales. Alberto baja la persiana del que tiene a espaldas. Se excusa culpando al sol de impedirnos ver al pizarrón. Continúa su discurso literario. Intercala sonriente una anécdota.
“…yo estuve con Cardenal en el año setenta y seis. Estaba haciendo una gira con otro escritor nicaragüense. Cito este dato, porque ni él, ni el otro, tenían pasaporte de Nicaragua. Viajaban prácticamente indocumentados. Y se les ocurrió ir al consulado de Dinamarca donde la cónsul era una señora que parecía no tener idea de lo que sucedía y les hizo un pasaporte nuevo cuando ellos le dijeron que el suyo se había vencido…”
Me gustan sus anécdotas. Lo observo así, tan señor, con el pañuelo de seda asomándose en el saco. Sonriendo disimulado por la travesura del escritor. Es un buen protagonista de historias. Sugestivo, enérgico, cautivadoramente discreto. Porque si uno se topa con él en la calle, seguramente lo voltea a ver.
Estamos en una mesa redonda, aunque es estrictamente rectangular. Rebeca, está sola en el extremo opuesto al profesor. Distante mas sin obstáculos.
“...con tiradas de setenta mil, el primer mini libro de Limantour fue en 1971, Rimas de Bécquer y se agotaron cinco ediciones. Bécquer, hombre interesante, reaccionario.
Alberti fue un gran admirador de Bécquer...” declara.
Al escuchar esto volteo a ver la cara de Becky, que mira al cielo como quien no tolera la necedad de lo que escucha. Lanzan un largo y sordo “mmmmm” los compañeros pues encuentran desnudos los nombres del comentario.
Regresa un silencio guardado para escuchar una sola voz. Esa voz se dirige a una persona; Rebeca. La clase pasada declaró estar unida por lazos familiares al poeta Nicanor Parra y sentirse identificada con él. Alberto entonces defendió como un niño a su contemporáneo Cardenal.
La fresca brisa causa escalofríos a los que, estando ahí, no pertenecemos a climas cambiantes. Refrescan a los oriundos y a los extranjeros que vienen del norte. Yo paso desapercibido entre la apretujada internacionalidad de los lados percibiendo las miradas que intercambian los extremos. Sobre la mesa corre una energía chilena larga, estrecha. Ellos se sienten unidos por una distancia que los separa de lo suyo, o por un calorcito resonante del habla típica.
Alberto ha pasado por alto nuestra sensibilidad. Recita un poema de amor escondido. Presenciamos cada semana todo síntoma de coqueteo. Delatado por su inquietud juega un gis con tres dedos de la mano derecha. Mientras, decora su discurso con la otra. Dice ser un Cardenal que en sus interiores no se entiende a sí mismo. Habla pausado. Crea en Rebeca una hoja de Parra. Burla y sarcasmo. Antipoesía. Se escuda tras el misterio de las formas literarias. Tiende a ser grave. Parte el gis en dos y los restos otra vez. Cuando ya no puede resquebrajarlo más, decora su discurso con la izquierda. En cada palabra que escapa de su alma, leo la doble intención en los ojos.
“…en la historia siempre ha habido movimientos de rechazo, el modernismo rechaza los oropeles del lenguaje…”
Cegado con prejuicios imagina el desprecio de la adolescente. No la siente sumergida en sus palabras, ansiosa de abandonarse a sus brazos. Existe una barrera irrompible de tiempos.
El mismo ha dicho; no por reaccionar a lo romántico no se es. Tal vez así la alumna se ha expresado. Sin metáforas.
“…pero la poesía nacida en la hoja de Parra no puede tener continuidad. No permite su descendencia. Tiene un sentido demoledor. Está destinada a su autodestrucción…”
El hombre místico de enormes bigotes grises, se quita los lentes gruesos sin armazón. Escucha por primera vez hablar a Rebeca y suelta una alegría infantil. Igual que cuando trae al salón de clases algún cuento como el de la cónsul de Dinamarca. Pero es Rebeca reaccionaria. Hábilmente toma la palabra. Le llama por su nombre. No Alberti. Alberto. No cree en signos cabalísticos. Toda la clase sigue guardando silencio, pero con los ojos desorbitados. Escucha ahora un dialogo abierto. De la poesía de salón a la de la plaza pública. Alberto dice no comprender. Cuando ella se desenmascara, quisiera no haber cerrado la persiana. Que el sol nos impidiera ver el espectáculo. Regresar al año setenta y seis. El aire de la ventana no refresca ya nada. Y la alumna sinvergüenza le dice que se atreva de una vez a amarla y se olvide de si lo suyo puede tener o no continuidad. Todos sentimos un calor que nos sale de adentro. Y algunos ahogan una carcajada. Parece el teatro. La internacionalidad se transforma en público. Y Rebeca Parra, le dice con sus aires de chamaca, que la vuelve loca. Alberto se ha quedado estatua escuchando el discurso con una risita inquieta brincando a pesar suyo en sus entrañas. La rebelde, desafiando pregunta si es su edad la que ya no permite la descendencia o los años lo que le pesa, porque a ella no le pesa nada. Solo la ropa.
Habla! Le dice gritoneando. Él recupera los anteojos y su voz grave, demoledora. Le ordena salir. Y ella descarada, se sube la falda entallada, se trepa a la rectangular y sobre ella recorre como su energía chilena el camino que la separa de su compatriota. Burla la barrera. Abraza al inmóvil fuerte. El abrazo instantáneo se nos antoja eterno. Después como volando sale del aula. Se suspende la clase. La película terminó sin el beso final. Rebeca nunca regresa.
El que se embarca en un violín naufraga
La doncella se casa con un viejo
Pobre gente no sabe lo que dice
Con el amor no se le ruega a nadie
N.P
martes, 17 de julio de 2007
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