Celosa, culpo a la globalización que patenta y comercializa , hasta la varita mágica del ada madrina. Mi madre, mi novio y mi mejor amiga tienen un cepillo como el mío. Nunca había yo visto a alguien con un cepillo como el mío. Un cepillo pequeño y angosto, de mango de madera y cerdas naturales que difícilmente se encuentra en los almacenes comunes. Ignoro de dónde habrán sacado cada uno su cepillo, pero puedo contarles la historia del mío.
Un día, cuando mi tía Susana aún era una niña, se rehusó a formarse entre sus seis hermanos a esperar su turno para que la peinaran. No soportaba más los jalones de pelo, ni le gustaba esa cola de caballo restirada con limón que le rasgaba los ojos. Así que decidió aprender a peinarse sola. Se pasaba un cepillo por encimita, se apretaba bien la liga asegurándola con un pasador y remataba con el tradicional moño azul marino que combinaba con su uniforme. Los ojos verdes se le veían más grandes, pero debió ser la precursora del rasta, pues desarrolló un mazacote de nudos que esponjaban su pelo como si fuera algodón.
Ya estaban pensando en raparla si no es por la Quecha, su tía, que con paciencia untó aceite y fue desenredando, (con un cepillo que aseguró era mágico y no daba jalones) uno a uno los mechones embrollados de la rebelde.
A partir de entonces, Susana no permitió que la peinarán más que con el cepillo mágico, cuyas cerdas habían sido traídas de no sé dónde.
Cuando yo era niña, mi tía Susana me peinaba siempre con su cepillo mágico para que no sintiera los jalones y me contaba la historia. Me encantaba su cepillo, y una Navidad, le pedí a Santa Claus un cepillo mágico de cerdas naturales como el de mi tía Susana. Después, cuando recibí el cepillo me di cuenta que Santa Claus no sabía nada de cepillos, pues aunque me trajo uno muy bonito, no era mágico. Debí haberlo imaginado. Se ve muy claro que Santa Claus nunca se ha pasado siquiera un peine.Así desde mi infancia, siempre buscaba en los almacenes un cepillo mágico, hasta que un día ya adolescente, durante un viaje por Europa, entré a conocer una tienda elegante y enorme, donde había un departamento entero de cepillos. Ahí encontré finalmente el cepillo mágico. Había de todos los tamaños, pero sólo me alcanzó para comprar uno pequeñito y angosto, con el mango de madera y cerdas naturales traídas de no sé dónde.
martes, 17 de julio de 2007
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