martes, 17 de julio de 2007

Otra Mujer Alada

Cecilia siempre dice que todo lo arregla Dios. Unos cubanos amigos suyos, salieron ayer en una balsa de la isla. En unos días estarán entrando a litorales mexicanos. Va a ir por ellos. Yo pienso que es peligroso. Conseguirá que nos presten un barco, y un permiso para llegar hasta allá sin ser molestadas. No sé…


Después de escritas varias líneas, sólo he creado un absurdo personaje, que no tiene sentido alguno, ni futuro, ni pasado. Es una dama vestida de blanco con grandes alas. La cara no he logrado imaginarla. La veo bailar muy lento, muy suave, ahí donde el mar roza la arena. Sus pies flotan. No se mojan. Más que bailar se desliza. Las palmeras están tranquilas. Sin aire en la playa. Aun así a ella le ondea el pelo tan largo y castaño. También la gasa blanca que la cubre, que no es tela sino humo, o espuma o nubes.

Con la obsesión de la singular figura, no he podido dormir. Soy presa de un intranquilo ensueño. Siempre la misma escena que no avanza, pero es azul, es blanca y no quiero olvidarla porque sé que trae consigo una historia que contarme.

Decido levantarme de la cama y tomar una pluma con la esperanza de continuar la historia. Escribo en la obscuridad, para no regresar con la luz, a otras almas de sus paseos nocturnos. El personaje ya no está solo, son ahora tres o cuatro diferentes, pero siempre aladas, vestidas de nubes. Tomadas de la mano se deslizan formando una línea, como ninfas cantando una redondilla sobre el mar.

Desde hace varios días tengo una comezón molesta. Sobre todo porque no logro calmarla. Imposible rascarme. Por momentos la olvido e incluso mientras duermo no la siento. Pero cuando espero algo o me viene la impaciencia, comienzo a alzar los hombros tratando de que el roce de la blusa, me alivie ese molesto síntoma. Cuando nadie me mira, me pego en algún borde frotándome. Después me alivio un poco, lo soporto, lo olvido. En el tráfico vuelve a aparecer. Me restriego contra el respaldo del asiento y si la fila no avanza siento la necesidad de bajarme del coche. Correr desesperada.

Sentada frente a la mesa del mantel verde, embebida en los secretos de un exuberante balcón, oigo lejana a Alicia leyendo un escrito. Perdida con la singular armonía olvido todo y no vuelvo en mí hasta escuchar la palabra “alas”. Alicia relata la historia de una mujer alada, síntomas, temores, creencias. Escucho atenta la reveladora historia imaginando a la protagonista como aquella de mis sueños. Como si la niebla empezara a transparentarse, surge con la luz su rostro blanco de ojos azules. El cabello se transforma en rubio. Es el rostro de Alicia, que no aclarándome en nada el sentido de mi personaje, lo hace polifacético.


Me asomo al espejo, pero mi vista no logra ver mi espalda. Es necesario traer otro y mirar en él mi reflejo en el otro. La preocupación invade mi cabeza. Espantada me observo. Los omoplatos están realmente hinchados y la comezón se transforma en un dolor que sólo siento al contacto. Me vuelvo a meter en la cama. Este día será de reposo. Odio los doctores y tengo la esperanza de que no sea necesario, mas la idea de los tumores cancerígenos da vueltas en mi mente.

Otra vez no pude dormir. No sé si es por los tumores o porque esta vez parece que lo de Cecilia va en serio. Ya tiene el barco. Si no sucede nada, en un par de días zarpamos.

Pasados dos días, el síntoma continúa. Llamo al doctor quien después de analizarme dice que será necesario abrir lo antes posible para dar un diagnostico. Es necesario acudir a su consultorio mañana para aclarar las dudas que desde hace días me están atormentando.

Tendida en una plancha de aluminio yace mi cuerpo dormido. El doctor con sus guantes de cirujano está haciendo una pequeñísima hendidura para analizar el contenido de aquel abultamiento.

A bordo de la embarcación Veinte partimos al auxilio de los cubanos. Cecilia tiene un permiso de Capitanía de Puerto para navegar, con el pretexto de celebrar el cumpleaños de Alicia. En el camino comento el problema de mi espalda. Descubro que la afección no es sólo mía. Todas las tripulantes hemos sufrido el hormigueo, después el dolorcito, y ahora nos comienza a salir una especie de cartílago emplumado. Por un momento pienso que es una alucinación que se debe a la obsesión que me ha causado aquel personaje, pero no despierto. Dejamos aquella preocupación de nuestras espaldas cuando vimos de lejos a los náufragos. Nos atrapó una tormenta más fuerte que cualquiera que ha llegado al Caribe. Aunque es de día, está todo cubierto de bruma. Tratamos de enfilarnos hacia los náufragos pero una ola muy grande nos vuelca. Algunas no nadan bien, sin embargo, comenzamos a flotar. Sin darnos cuenta unas alas se desdoblan de nuestra espalda. Somos ángeles, deslizándonos en el agua con el cuerpo cubierto de nubes, en un mar que se une al cielo. Solo tomadas de la mano, podemos acercarnos a los náufragos que nos ven incrédulos, como si nos hubiera enviado Dios mismo. Se sostienen de nuestros tobillos y los arrastramos hasta una isla. Puede ser Contoy. También ahí llega nuestro barco. Y el tiempo es tan triste que la isla se encuentra desierta. Nadie nos ve llegar. Para cuando sale el sol, la embarcación está lista para navegar.

Mi personaje alado no es más que una mujer. Es Alicia, es Cecilia, soy yo o cualquier otra, que en algún momento inesperado, comienza a sentir una comezón en la espalda.

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