martes, 17 de julio de 2007

De mi boda con mi Tía Adriana

No sé por que un buen día se me ocurrió que me casaría con mi tía Adriana. Mi madre, a quién le encanta organizar fiestas, rápidamente se encargó de organizarla. No cuestionó mucho el acto ya que después de todos mis amores y desamores, le producía una cierta tranquilidad el que finalmente eligiera entre sus hermanas a la más querida. Después se preocupo por el vestido y cosas de la recepción. Lo de la iglesia no lo vimos con tanto detalle, y no estoy segura, pero creo que nadie siquiera le avisó al padre. Llegó el día con tanta rapidez, que nos tomó por sorpresa. Para colmo de males me agarraron las prisas.
En el coche, empecé a imaginar mi nueva vida. ¿Qué sería del actual marido de mi tía? Yo de ninguna manera aceptaría vivir con él. Apenas en ese momento, caí en cuenta de cuán descabellada era mi idea. Además, recordé que no había invitado a mis amigos a la fiesta y me sentí apenada con mi madre, que había puesto tanto empeño en la organización. Podría llamarle de inmediato a Oscar, pedirle que asistiera, pero sería difícil localizarlo a esa hora. Además, ya me estaba arrepintiendo.
Finalmente llegamos. Tarde pero llegamos. En la Iglesia ya estaban algunos invitados. Al único que reconocí fue a Anuar que iba solo. ¡Qué pena! Primero tendría que explicarle que ya no estaba saliendo con el que era mi novio, y luego, cómo había surgido esta idea tan descabellada de casarme con mi tía. Mi madre se bajó apresurada y empezó a pedir disculpas a sus invitados. Contaba un cuento chino de que el padre había tenido un problema y a última hora no había querido autorizar el matrimonio. No sé cuántas cosas decía. Yo no quise escuchar. Opté por alejarme y traté de quitarme el adorno blanco que traía en la cabeza para que no me vieran vestida de novia y en la confusión, la gente pensara que celebrábamos otra cosa. Como el día de muertos.
Me tranquilicé cuando me di cuenta que a nadie en realidad le importaba el motivo de la reunión y pude escabullirme dejando a todos felices divirtiéndose. Casarme con mi tía Adriana habría sido la peor locura que habrían solapado mis padres. Aunque, en la vida real conozco casos de un surrealismo mucho más acentuado.
Finalmente me alegro de que sean las 5:00a.m. que todo esto haya sido un sueño, que desperté a escribir rápido para no perderlo. Aunque debo de confesar que el final era mucho mejor, pero en lo que escribí el principio se ha esfumado.

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