Tendido sobre las frescas sábanas después de un par de noches de trabajo in-interrumpido, no lograba conciliar el sueño. La música invadía la habitación y todos sus sentidos, introduciéndolo en un éxtasis ensordecedor ilustrado con imágenes que no podía borrar de su mente. Aún sentía en el hombro el peso de la cámara. Con los años se había convertido en una extensión de su cuerpo, en un tercer ojo que fijaba una secuencia de movimientos, e imágenes que al entrar en él se mezclaban y adquirían otro sentido. El video en el muelle de la nueva colección de lencería se trasladaba a la selva donde filmó la cacería de cocodrilos, las modelos con su lánguida belleza se convertían en serpientes trepando por el cuerpo de aquel hombre del reportaje “increíble”. Después regresaba al muelle, y en primera fila observaba la pasarela de lencería. Las serpientes húmedas se deslizaban por su cuerpo y lo mordían y el mar se pintaba de sangre y el hombre del “increíble” no decía nada. Era como si la cámara además de grabar en la cinta guardara un respaldo desordenado en su memoria. Apareció Silvia, y el día que pasaron juntos en la playa. El volumen tan alto de la música le provocaba una especie de silencio, en el que escuchaba las caricias de las olas. La figura de Silvia traspasaba todas las grabaciones, caminaba ligera por la arena desvaneciendo la intromisión de sus visiones, lucía tan etérea, que no la había tocado por miedo de enfrentarse a una intangibilidad perversa. La escuchaba hablar del lugar en el que vivía, en un tercer piso al que se subía por una escalera de caracol muy estrecha hasta una puerta que se abría, decía que esa puerta no existía, que ella la había mandado hacer para poder salir y entrar de ese cuarto tan pequeño y oscuro. Él se preguntaba: ¿Quién habría hecho un cuarto sin puerta? pero eso nada importaba. Si no podía poseer a Silvia se apoderaría de su intangible imagen, la almacenaría en su memoria, encontraría la escalera y treparía hasta llegar a la puerta. Penetrar la intimidad de Silvia con su tercer ojo. Recorrer su carne de muy cerca sin tocarla, hurgar en sus rincones más profundos para robar su alma. Entonces logró conciliar el sueño. Como después de una tormenta, llegó la calma. Sólo quedó una imagen nítida. Soñó que olía a tierra mojada y Silvia desde lejos se acercaba cada vez más, hasta lograr un close-up donde estiró su mano para tocarla. Despertó súbito. Dio de vueltas en la cama, recogiendo nuevas imágenes. La escena de la orgía que filmó para una película francesa. Las actrices son todas Silvia: Silvia adolescente, Silvia pudorosa, Silvia madura, Silvia pervertida, Silvia con senos pequeños, Silvia con siliconas, Silvia deprimida, Silvia eufórica, Silvia infantil y juguetona. Los actores son él mismo, siempre él mismo y su cámara, cambiando tomas, buscando ángulos hasta la grosería.
Finalmente amanecía, después de varios intentos, logró separarse de la cama ya caliente. Tenía que regresar a continuar con la edición que había dejado pendiente. Pero antes pasó a donde estaba Silvia. Cruzó la capilla húmeda y fría, trepó en círculos por la incómoda escalera, en el tercer piso, se abrió paso entre mármoles vestidos de epitafios hasta llegar a la urna de Silvia. Se arrodilló y cerró los ojos para abrazar su intangibilidad perversa.
martes, 17 de julio de 2007
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