Sentada a mi lado con dos maletas, espera seguramente el tren de medio día. La luz del domo le cae en los pies. Los lentes brillan. Le iluminan la falda. El tren la llevaría tal vez lejos, fuera de esta ciudad que la tiene encarcelada. Llegaría sin duda cansada, a una casa simple, nueva, en una colina fresca. El libro sostenido entre las manos no le interesa. Ha pasado ya media hora y su mirada se mantiene fija, sin indicar el cambio de página. Está pensando seguramente en aquella vieja. La deja sola, cansada. ¡Le molesta tanto su intransigencia! La vieja que vive en esa casa obscura, llena de pasado, la atormenta. Se repite a sí misma que no es culpable, que la vieja tuvo la opción de acompañarla en este futuro tan limpio que le esperaba y escogió los recuerdos, las telarañas.
Pero Alejandra no llegará al final de su jornada. Antes, el teléfono, que siempre la acompaña, sonará. Le avisarán que la vieja está enferma, que tal vez no llegará a la noche.
Entonces guardará el libro y tomará sus maletas. Regresará a la casa embrujada. La vieja se sentirá aliviada con su presencia y aquella casa simple nueva en una colina fresca, la seguirá esperando.
martes, 17 de julio de 2007
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