Rogelio por las noches llegaba cansado, escurriendo objetos a su paso. Su presencia cambiaba por completo la pulcritud que María Esther había procurado durante el día. Después comenzaba a interrumpirle sus telenovelas, preguntando si no se acordaba dónde había dejado esto o dónde estaba lo otro; no porque María Esther se ocupara de clasificar los objetos en la casa, sino porque Rogelio había escuchado que las mujeres tienen un sexto sentido y creyó que sólo servía para encontrar lo perdido.
El día en que María Esther se fue, comenzaron a acumularse los objetos en los rincones. Las camisas sobre las camas, los sacos sobre las sillas, los zapatos cubrieron el piso. Las mesas se llenaron de prendas; chicles, cigarros, recibos, mentas y cerillos de diferentes restaurantes.
Los ceniceros desbordaron colillas, pues no sólo Rogelio contribuía al caos, los hijos de María Esther también desconocían que los armarios se hicieron con un propósito.
Sin embargo, llegó el día en que supieron que María Esther no regresaría. Se había ido para siempre sin dejar rastro. Poco a poco, Rogelio fue levantando el desorden y trapeando sus lágrimas. Las camas volvieron a estar tendidas, los platos limpios, no hubo más pasta de dientes chorreada en el lavabo. En aquella pulcritud que renacía, Rogelio lloró la imagen de Maria Esther.
¡ Cómo quisiera haber tenido su sexto sentido, para poder encontrarla!
martes, 17 de julio de 2007
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