martes, 17 de julio de 2007
Cómplices de un sueño
Joel me había sido indiferente hasta esa noche. En sueños discutí con una mujer y le grite cosas horribles. La mujer escuchaba mis frases hirientes sin decir nada. Después con una mirada cínica se me acerco intentando abrazarme a toda costa. La bilis me hervía por dentro y la tome del cuello para sacudirla como a una muñeca de trapo. Entonces apareció Joel. Para aliviarme, me sostuvo en sus brazos. Yo rodeé su cuello con los míos y caprichosa escondí la cara , como si su pecho fuera el refugio que había perdido con la infancia. El, conmovido, me llevo cargada hasta que desperté. A partir de ese día, lo veía sentado en su escritorio y pocas veces cruzábamos un buenos días o buenas tardes, pero cuando coincidíamos en el elevador, lo recordaba como a aquel amante de mi vigilia, cuya ternura me desarmó. Seguramente él noto en mi mirada la devoción que se tiene por los inmortales, por ese profundo intento de perfección con el que lo inventé... Un día nos quedamos encerrados en el elevador y como ninguno se atrevía a articular palabra, para romper el hielo le conté mi sueño. El sonrío y se puso un poco nervioso pero tuve suerte de que la puerta se abriera en ese preciso instante, así no seguir hablando. Sin embargo, el sueno nos hizo cómplices. Y aún fuera de esas horas y de ese espacio, un sentimiento, blanco como la luz, ilumina nuestros días, con sus brillos borra las imperfecciones de nuestros propios paisajes.
Etiquetas:
Cómplices de un sueño,
Cuentos,
Eggleton,
Mariel,
Turrent
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario