Finalmente llegó. Acompañado de todos sus hermanos, sobrinos, primos y por su puesto madre e hijos. Hasta su dos veces ex -esposa y su ex -suegra.
Llevaba un traje oscuro y el pelo relamido hacia atrás. Aunque el bigote le quedó un poco raro, lucía muy bien; todos lo comentaron.
El padre pidió que nos levantáramos y comenzó la ceremonia. Mientras, la solemnidad reinaba como nunca en su presencia.
Ana la menor de sus ocho hermanos se levantó a leer la primera lectura. En la primera frase, encontró un “impío” que leyó “ímpio” causando inquietud entre la concurrencia. Casi al terminar, volvió a repetir “ímpios” y sus 5 hermanas instintivamente, corrigieron a coro “impío”. La solemnidad de la ceremonia, se vino abajo, las carcajadas rompieron el silencio. Después, ya nadie quiso leer. El sacerdote pidió que alguien dirigiera unas palabras a Fabricio pero el ambiente se percibió nuevamente fúnebre y todos bajaron la cabeza humildemente, recordando al muerto. Entonces se levantó Pepe y dijo: como nadie quiere hablar y yo tampoco sé qué decir, les cuento una anécdota de mi hermano. Un día mi papá le pidió que vendiera un refrigerador viejo que estaba en la casa, y todos los días, al regresar del trabajo, encontraba molesto que aún estaba ahí el refrigerador: Fabricio no lo había vendido. Total una tarde ya no lo vio. Una sonrisa se pintó en sus labios, ¡vaya, ya vendiste el refrigerador! le dijo. No papá, conocí a una señora que tiene diez hijos y la abandonó el marido. Como lo necesitaba se lo regalé”.
Así nos invadió el silencio. Ya nadie dijo nada. Concluyó el velorio, una vida, un todo...
martes, 17 de julio de 2007
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