martes, 17 de julio de 2007

Celebración postrera

Finalmente llegó. Acompañado de todos sus hermanos, sobrinos, primos y por su puesto madre e hijos. Hasta su dos veces ex -esposa y su ex -suegra.
Llevaba un traje oscuro y el pelo relamido hacia atrás. Aunque el bigote le quedó un poco raro, lucía muy bien; todos lo comentaron.
El padre pidió que nos levantáramos y comenzó la ceremonia. Mientras, la solemnidad reinaba como nunca en su presencia.
Ana la menor de sus ocho hermanos se levantó a leer la primera lectura. En la primera frase, encontró un “impío” que leyó “ímpio” causando inquietud entre la concurrencia. Casi al terminar, volvió a repetir “ímpios” y sus 5 hermanas instintivamente, corrigieron a coro “impío”. La solemnidad de la ceremonia, se vino abajo, las carcajadas rompieron el silencio. Después, ya nadie quiso leer. El sacerdote pidió que alguien dirigiera unas palabras a Fabricio pero el ambiente se percibió nuevamente fúnebre y todos bajaron la cabeza humildemente, recordando al muerto. Entonces se levantó Pepe y dijo: como nadie quiere hablar y yo tampoco sé qué decir, les cuento una anécdota de mi hermano. Un día mi papá le pidió que vendiera un refrigerador viejo que estaba en la casa, y todos los días, al regresar del trabajo, encontraba molesto que aún estaba ahí el refrigerador: Fabricio no lo había vendido. Total una tarde ya no lo vio. Una sonrisa se pintó en sus labios, ¡vaya, ya vendiste el refrigerador! le dijo. No papá, conocí a una señora que tiene diez hijos y la abandonó el marido. Como lo necesitaba se lo regalé”.
Así nos invadió el silencio. Ya nadie dijo nada. Concluyó el velorio, una vida, un todo...

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