martes, 17 de julio de 2007

Anticonceptivos de ayer

Recorrí con la abuela las calles de Zacatecas, nos sentamos en la plazuela Goitia por las tardes que no hay más que hacer , a ver los concursos de baile de los oriundos, con sus vestuarios desaliñados y la coreografía a destiempo. Nos divertimos con un concursante que perdió el guarache y otro chico flaco que perseguía los pasos del resto mientras intentaba evitar que se le escurrieran los pantalones. Los museos son toda una experiencia, nos faltaba tiempo para verlos ,aunque mi abuela se quejaba de los pintores como Felguerez argumentando que hasta ella podía hacer esas porquerías que no le decían nada. -Menos mal que estaba la exposición de Rodin -dijo. Fue lo único que valió la pena. Por eso decidí tomar un tour al Museo de Arte Virreinal de Guadalupe, una de las más grandes pinacotecas latinoamericanas, donde quedó fascinada. Tuvimos un guía que relataba con aderezó y detalle uno a uno los elementos del exmonasterio franciscano, la historia de cada pintura y los personajes retratados. Las paredes estaban forradas de pinturas con La Pasión de Cristo, La Historia de San Francisco y la vida de la Virgen María. -¡Esto sí es arte! -argumentaba mi abuela y le arrebataba la palabra al guía para aportar datos importantes que le parecía que el guía ignoraba sobre la vida de tal o cual santo. Que si la lengua de San Juan Nepomuceno confesor de la reina permaneció intacta después de su muerte, o la Santa que con tal de no casarse con un pretendiente que le decía que no podía vivir sin sus ojos se los sacó y se los mandó. Ya al final del recorrido, en el coro de la capilla, el guía señaló una vitrina con la figura de una niña que dijo que era la divina infantita. Y mi abuela, ni tarda ni perezosa, relevó al guía explicando a todos los escuchas, que ella era muy devota de la Divina Infantita y que había tenido siempre una estrecha amistad con las madres que llevaban su nombre pues Rosarito Marín, amiga de mi bisabuela nunca se casó por cuidar a su mamá , y al morir esta ingresó al convento de las madres de la Divina Infantita. Iba cada semana a comer a casa de mi abuela . Mi mamá se acuerda de la madre muy bien porque siendo una niña le llamaba la atención que se tomara su chaparrita rebajada con agua. Mi abuela desde que nació el primero de sus diez hijos, ofreció una mensualidad a la Divina Infantita, misma que incrementaba por cada hijo que le daba para que se los cuidara. Viendo la oportunidad de asegurar la manutención de sus seguidoras , La Divina Infantita bendecía a mi abuela con un hijo cada año, hasta que al llegar el décimo mi otra bisabuela (su suegra) le sugirió negociar con la Divina Infantita el incremento de la mensualidad por cada año que no le diera un hijo. Y así fue como mi abuela a los 30 años no volvió a concebir un hijo y hasta la fecha a sus setenta y tantos, incrementa año con año fervorosa la mensualidad a las madres de la Divina Infantita como quién toma puntualmente la píldora.

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